Algunas veces, por cansancio, por egoísmo, o por cualquier otra razón, nos negamos la posibilidad de vivir nuevas experiencias, y con ello terminamos por dejar pasar oportunidades que quizás no se vuelvan a presentar en nuestras vidas.
Hace unos meses un compañero nos invitó, a mi mujer y a mí, a la celebración de un evento de gran importancia para él, su boda. En aquel momento no dude ni un segundo en aceptar su invitación.
Esta persona formaba parte de una Unidad, que tuve la fortuna de liderar y dirigir, unos años atrás. Tanto mi mujer, como yo, guardamos un bonito recuerdo de aquellos días, y de las personas que conocimos.
Además de sentirme muy agradecido, por el hecho de que decidiera compartir con nosotros aquel momento tan personal, vi en ello la oportunidad de reunirme con otras personas, que formaban parte de aquel equipo, y con los que compartí momentos muy intensos de mi vida.
Ahora compartiré con vosotros la experiencia, y lo que he obtenido de ella.
Primer pensamiento, posible retirada.
Como sabéis, estas últimas semanas he estado bastante saturado de trabajo, y la verdad, si dispongo de algo de tiempo, sólo me quedan ganas para emplearlo en pasarlo con mi familia y amigos.
Este sábado llegó el momento de la verdad, esa noche había dormido pocas horas, y me encontraba cansado. Comencé a pensar en disculparme, y no acudir a la cita acordada semanas atrás.
Muy probablemente aquel pensamiento era motivado por el cansancio, pero también por los nervios producidos por la incertidumbre, y por pensamientos algo egoístas. ¿Me reencontraría con algún buen amigo con el que conversar y recordar aventuras? ¿Y si no iba ninguno?
Rápidamente deseché ese pensamiento. Había adquirido un compromiso, y debía ir como mínimo a la ceremonia religiosa.
Segundo pensamiento, posible huida.
Plenamente decidido, acudí junto a mi esposa a la ceremonia. Saludamos al novio, y charlamos un rato con él. Comencé a pasear la mirada por todo el templo, esperando encontrar alguna otra cara conocida. Nada.
Los nervios y la incertidumbre volvieron a aparecer. Llegó a invadirme la duda de haber sido invitado, sin que el novio esperase realmente que acudiese, a fin de cuentas sólo había sido su jefe, nada más.
Decidí esperar, entrar a la ceremonia religiosa, y disfrutar de ese momento al menos. Una vez que finalizase, saludar a los novios, y tomar una decisión. O bien disculparme y volver a casa, o bien ir a la cena de celebración.
Una vez más opté por hacer lo correcto, apartar los pensamientos egoístas, y acompañar a este amigo en ese día tan especial.
Tercer pensamiento, sintiendo gratitud.
Una vez en el salón de celebraciones, me negué a mi mismo el sucumbir a la necesidad buscar algún otro rostro conocido, y acudí decidido a pasarlo tan bien como pudiera, junto a los novios.
Justo en ese momento apareció en el lugar otra pareja conocida, y después otra, y otra. No habían acudido a la ceremonia religiosa por distintos motivos, pero al final habían podido acudir a la cena. Estuvimos hablando toda la noche.
Recordamos tiempos pasados, batallitas y aventuras del trabajo, también de vivencias personales. Les pregunté por el que había sido mi equipo, años atrás. De cómo se encontraban, ellos y sus familias. De sus proyectos de futuro y de sus expectativas.
En resumidas cuentas, fue una velada maravillosa.
Lo que me podía haber perdido.
Cuando me reencontré con mis antiguos compañeros y colaboradores, me dirigí a ellos para estrecharles la mano, ellos me respondieron dándome un abrazo y mostrando una gran alegría al verme.
Me despidieron de igual manera, volviendo a dedicarme unos minutos de sus vidas, para decirme lo que significó para ellos haberme conocido, y la alegría que sentían por haberme vuelto a ver.
Al terminar la celebración, cuando me dirigí a los novios para despedirme de ellos, la novia me regaló un momento que no olvidaré jamás. Me relató cómo reaccionó su marido al recibir nuestra llamada de confirmación. Me contó cómo, tras colgar el teléfono, se volvió hacia ella loco de alegría, y se le saltaron las lágrimas.
Podría haber sucumbido, disculpándome con cualquier excusa, por no haber acudido a la ceremonia o a la celebración. De haber sido así, me habría perdido todo lo que vino después, y que me hizo sentir una persona muy afortunada en esta vida.
Termine regresando a mi casa con una sensación de plenitud difícil de explicar. Dirigiendo a los míos, como líder, como jefe, como persona, nunca creí haber sido alguien tan importante en la vida de nadie.
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