Como muchos de vosotros habréis hecho, a principio de año, asistí a una reunión convocada por mis superiores. En esa reunión, nos recordaron los objetivos planteados, nos mostraron los resultados obtenidos, y por supuesto, nos avanzaron los objetivos planteados para este año.
En nuestro caso, habíamos obtenido unos resultados muy positivos. Gracias al esfuerzo de mis colaboradores más inmediatos, y el de las personas que lideraban.
Sin embargo, desde mi posición, había observado ciertos cambios de rumbo en los últimos meses del año pasado, y esto me indicaba que, muy probablemente la perspectiva para el comienzo de este año sería negativa.
La experiencia nos lleva a introducir cambios.
Observando este escenario, es lógico pensar que cualquiera se habría decidido a introducir cambios. Redistribuyendo los esfuerzos de los distintos equipos, buscando la forma de amortiguar esos primeros resultados negativos, a corto plazo. Posteriormente habría que buscar la estrategia más adecuada, implementarla, y esperar para observar el medio y el largo plazo.
Es perfectamente normal y comprensible introducir cambios, en la forma de trabajar de nuestros equipos. No conformarnos con hacer las cosas una y otra vez de la misma manera, y cruzar los dedos esperando que los problemas se solucionen solos.
Por supuesto, yo me decidí a impulsar algunos cambios. Después de mucho meditarlo y visualizarlo, convoqué una reunión donde informar de ello a mis jefes de equipo, y se lo expuse a algún que otro de mis jefes.
La impaciencia nos lleva a forzar los cambios.
En algunas ocasiones, por los motivos que sea, terminamos tirándonos a la piscina. Al final, todo esto nos lleva a forzar la situación.
No podemos dejar que las cosas sigan su curso de forma natural. Cometemos el error de no dejar el tiempo suficiente, para que los cambios surtan efecto. No tenemos paciencia para el medio y el largo plazo, queremos ver resultados cuanto antes.
Como no podía ser de otra manera, este fue el caso, caí en un error de bulto. Me reuní individualmente con mis colaboradores. Les mostré como se podía optimizar, el uso de los recursos, de los que cada uno disponía. Les exigí resultados.
En algún caso intentaron explicarme los motivos por los que no se avanzaba tan rápido como yo pretendía. Sin embargo, en mi mente la solución era evidente y no entendía como ellos no eran capaces de verla.
La reflexión nos lleva a dar tiempo a los cambios.
Si no hemos caído en el error anterior, o si hemos recapacitado y reconsiderado nuestra postura, estaremos en esta fase. En este momento somos conscientes de que, tras introducir una serie de cambios, en la forma de trabajar de nuestros equipos, debemos dejar tiempo para que estos den sus frutos.
Es como si esperamos que un árbol de la cosecha a los pocos días, o semanas, de haber sido plantado. Muy probablemente necesite de algunos meses de cuidados para ello. A veces habrá que cortar las ramas secas, y otras veces nos tendremos que abstener de cortar nada, simplemente deberemos esperar. Como mucho regar y abonar este árbol, darle cariño, ya que el que ha de crecer es él.
Siguiendo con el caso que me ocupó desde principio de año. Me di cuenta de que había cometido un gran error. Me percaté de que algunos de estos mandos se habían sentido mal tras la entrevista, se sentían derrotados. Sentían que nada de lo que habían hecho había servido de nada.
La solución: implica a tu equipo en el cambio.
Llegados a este punto, hay quien se podría preguntar qué hacer. Personalmente veo más coherente el buscar de nuevo la perspectiva, centrarnos y tomar de nuevo el control de la situación. Volver a recurrir a nuestro equipo, contar con ellos, hacerlos parte del cambio. Y una vez hecho esto, dejar que el cambio opere.
Finalizando la historia. Volví a reunirme con mi equipo, les mostré de nuevo mi visión. De una forma más resumida, exponiendo las líneas maestras del plan. Les devolví su autonomía, me interesé por su situación, en lo que estaban haciendo para obtener resultados positivos, así como en los recursos que necesitaban para ello.
Analizando la situación fríamente, me di cuenta que los cambios realmente se habían estado sucediendo. Poco a poco, pero la verdad es que habían estado dando resultados. Di un paso atrás, y tal y como algunos me habían pedido, les otorgué un poco más de tiempo.
Una vez hecho esto, sólo queda confiar en nuestros subordinados y esperar con calma. A veces, lo más difícil que tiene que hacer un líder es, no hacer nada.
Y tú ¿Alguna vez has caído en la impaciencia? ¿Te has enfrentado a ella?
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