Tenía casi terminado un artículo el pasado miércoles cuando recibí una llamada que debía ser atendida inexcusablemente.
Después de incontables problemas y vicisitudes, he conseguido el mejor puesto que podía desear, ahora y en el futuro. Como cualquiera puede entender, esa es una oferta que no se puede rechazar.
En la noche del día 25 de septiembre de 2013, casi entrando en el 26, mi mujer y yo tuvimos la enorme fortuna de pasar por uno de esos milagros de la naturaleza. Nació nuestro hijo Saúl.
Me ha costado descuidar otros aspectos de mi vida durante varios días, pero sin lugar a dudas merecía la pena, ya que es una experiencia que sólo se puede vivir una vez, ser padre por primera vez, asistir al nacimiento de tu primer hijo.
De repente todo es más claro.
Desconozco si yo he vivido esta experiencia de una forma algo especial, o si es algo generalizado, me decanto por lo segundo. Así que seguramente, muchos de vosotros os sentiréis identificados con esto.
Es increíble cómo, en cuestión de minutos, todas las cosas que ocupaban las primeras posiciones en importancia en tu vida, pasan a un segundo plano. Son importantes sí, pero adquieres una perspectiva de la que carecías hasta el momento.
Es algo que te hace despertar a una realidad que imaginabas que existía, pero que necesitas vivir para comprenderla en toda su profundidad.
Ahora sólo hay una cosa que realmente merece que pases en vela toda la noche, sólo existe una cosa que realmente te preocupe, hasta el punto de sacrificar cualquier cosa por su bienestar. Pero una preocupación que precisa de perspectiva, una preocupación calmada y sosegada.
También nace algo bueno en ti.
En los días previos al parto, otras personas te pueden decir que cuando veas a tu hijo de carne y hueso, cuando lo sujetes con tus propias manos, algo va a cambiar en tu interior y descubrirás que lo amas mucho, más de lo que jamás hubieras podido imaginar.
Tú te dirás a ti mismo que ya lo quieres aunque no haya nacido. Puede que incluso te parezca increíble que alguien diga algo parecido, ¿quién necesita tener a su hijo entre las manos, para descubrir cuanto se puede querer a una persona?
Yo mismo pensé así en un momento dado, cuando algún amigo o familiar me lo dijo en su momento.
Sin embargo, poco antes de que acabara el día 25 de septiembre, un nuevo yo nació en mi interior. De repente, todo lo que esos amigos y familiares me dijeron, cobraba un sentido más que evidente, y real.
Ser padre te cambiará la vida.
Sin lugar a dudas, ser padre es una experiencia que te cambiará la vida, y si ya lo has sido sabrás de que hablo.
No se trata de las noches que pasas en vela debido al llanto de tu hijo, tampoco del cansancio que se instaura en tu cuerpo de forma casi permanente durante sus primeros días. Es el hecho de percibir de forma clara que, en tu interior, ha cambiado algo muy significativo.
Estás cansado pero no te puedes permitir el lujo de desfallecer. Pero, es que tampoco pasa por tu mente el rendirte, simplemente hay que seguir.
Cuidar de tu hijo no es un proyecto que se pueda aparcar para continuar con él cuando el momento sea más propicio. Bueno, en realidad sí que es posible hacerlo, y sé que hablo desde la voz de la inexperiencia, pero aun así creo que, muy probablemente, te descubarías dentro de unos años lamentando haberlo hecho.
Podría seguir, y seguir escribiendo los cientos de sensaciones que me produce tener a mi hijo conmigo, pero debéis disculparme, creo que mi hijo me está llamando.
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